INTRODUCCIÓN
Después de una larga espera desde que las primeras bandas fueran anunciadas, y con la muy ansiada llegada del mes de Agosto, el RESURRECTION FEST atracó en la ría de Viveiro cargado con un cartel repleto de hardcore, punk y metal de primera calidad, siendo esta edición, sin duda alguna, la más sobresaliente en sus ya ocho años de historia. Y es que este evento es un claro ejemplo de cómo hacer las cosas bien; de cómo con empeño, dedicación y más paciencia que codicia, se puede llegar a construir algo grande. Todo esto deriva en una gran expectativa y una indudable esperanza de que este acontecimiento siga creciendo cada vez más, de que siga engordando como hasta ahora, tanto en número de bandas asistentes, como la calidad y el renombre de sus cabezas de cartel, con el fin de poder lograr esa anhelada meta que supondría cobijar un festival de talla europea, incluso internacional, en nuestro país.
Por todo esto, es comprensible que alrededor 30.000 personas de más de 20 países diferentes no quisieran perderse semejante cita. Para ello, toda esta marabunta de gente se repartió entre dos zonas de acampada gratuita acondicionadas para la ocasión, y la novedad de un camping de pago preparado por la organización del RRF, así como todos los alojamientos habituales de una ciudad costera tan maravillosa como Viveiro. De hecho, los hosteleros viveirenses aseguran que el festival supone para ellos los ingresos más importantes de todo el año, superando incluso a las fiestas patronales del municipio. De esta manera, vecinos y foráneos disfrutamos de un fin de semana especial, en el que la buena música, el sol y la playa fueron los protagonistas.
La zona de conciertos se encontraba en el mismo emplazamiento y disposición que el año anterior, con los tres escenarios habituales sobre una amplia planicie de césped (lo que retrasó la aparición de polvo, al menos el primer día): Monster, el escenario principal, con un sonido impecable cuando se aprovechaba todo el potencial de volumen (nunca entenderé eso de poner el volumen al máximo solamente con los grupos más grandes). En alguna ocasión puntual, el viento litoral gallego perjudicó notablemente la resonancia, siendo, quizás, Vita Imana los más damnificados por este hecho.
El Jägermeister estaba cubierto por una carpa, más recatado, pero con una calidad de sonido igualmente perfecta. Y por último, el escenario Arnette, el más pequeño de todos, estaba destinado a las bandas emergentes, algunas con una proyección de futuro bastante interesante, pero incapaz de llenar con su rugido el amplio espacio hacia el que estaba orientado. De esta forma, la calidad del sonido no fue tan alta. Asimismo, la estancia dentro del recinto fue plenamente satisfactoria: varias barras con un buen funcionamiento y un precio algo más económico que en la mayoría de festivales españoles (aunque igualmente desorbitado); servicios más numerosos que en la zona de acampada; y una amplia zona separada de los conciertos donde descansar o dar un paseo por el merchandising (incluía una batería que podía probar toco aquel que gustara), con bastantes puestos de comida (incluso uno de comida vegana).
Un defecto que se podría reseñar sería la mala gestión en el acceso a la zona de conciertos, pues en las horas puntas se permitía pasar a cualquiera por el acceso de prensa, originándose colas en esta entrada también (lo que casi consigue arruinar a algún que otro fotógrafo que no pudiera entrar a tiempo para tirar sus instantáneas). Si se habilita una entrada de prensa, será por algo.
Texto: Carlos Esteban San Miguel de RabaBasa.com