El año 2000 se iniciaba viendo nacer a los norteamericanos Mastodon, que han ido dando buenas noticias a lo largo de lo que llevamos de siglo. Con una constancia memorable y enemiga de las prisas, han ido ofreciendo trabajos de muy diversa índole, algunos polémicos, encomiables casi todos. Así hasta hoy, que nos adentramos en el decimoséptimo año de carrera de esta banda que en pocos días lanzará oficialmente Emperor of Sand, su séptimo trabajo.
Tanto se ha hablado de las dos etapas de Mastodon que lo verdaderamente difícil de Emperor of Sand es realizar de él una crítica independiente y honesta. Estas «dos etapas», para muchos opuestas y tan enemigas como lo fueran las dos Españas de nuestra guerra civil, no son sino las dos partes de un continuo cuya división se ha establecido, parece que por consenso, en Crack the Skye, el cuarto —y posiblemente mejor— álbum de una banda que, si por algo se caracteriza, es por la incesante renovación de su sonido.
Este nuevo disco tiene en común con aquel el productor, algo que ha puesto por las nubes las expectativas de oyentes y críticos. Trabajar con Brendan O’Brien no es cualquier cosa, y es de esperar que con una carta de presentación como esa todo el mundo quiera cargar las tintas. Los dos adelantos, sin embargo, no dejaban muy claro por dónde habríamos de encaminarnos. Por un lado, «Sultan’s Curse» satisfizo sin ambages las expectativas de todos, pero, por otro, con «Show Yourself» a muchos les pareció que daban su brazo a torcer hacia sonidos más comerciales y que lo que podía ser un acercamiento a las nuevas generaciones se tenía que convertir en una decepción absoluta para esos fans que llevan, llevamos, llevaban al pie del cañón más de década y media. La batalla de siempre.
Por suerte, no se puede dar un veredicto con tan poco a nuestro alcance, y es necesario acercarse al resto del disco. Después de la estupefacción o sorpresa del segundo single, que sólo sirve para perfilar el tema de este trabajo conceptual, «Precious Stones» nos acerca a un sonido más familiar, con unas líneas vocales de escuela stoner, excelentes riffs y la habitual habilidad técnica de Brann Dailor en unas secciones rítmicas muy bien logradas. «Steambreather», a continuación, crea una atmósfera densa y pesada, idónea para darle merecido protagonismo a un estribillo introspectivo y de corte existencialista: «I wonder who I am / Reflections offer nothing / I wonder where I stand… / I’m afraid of myself». Por su parte, «Roots Remain» contiene unas dinámicas poderosas, siempre dentro de la línea argumental del disco, y nos conduce al desasosiego de la mortalidad del hombre y de su lucha contra lo inevitable, como también se pone de manifiesto en «Word to the Wise». En esta sección central del álbum se introducen también otros elementos musicales y cobran mayor importancia solos y teclados, en consonancia con un trabajo vocal que de año en año ha ido ganando altura.
Ahora bien, si el disco arrancaba con un altibajo y continuaba en una línea ascendente que, como poco, se puede calificar de interesante, es en la recta final donde Mastodon echa el resto y demuestra (de nuevo) todo aquello de lo que es capaz. «Andromeda», que firmaban como tercer single, es el paradigma de la fuerza que había en álbumes como Leviathan. Sin bajar el nivel ni la tensión, «Scorpion Breath» nos conduce por una sonoridad más melódica donde, contrapuntísticamente, los riffs y cambios de ritmos imprimen una agresividad comedida en todo momento. Es, por último, en «Jaguar God» donde se llega al punto culminante: se abandona, por fin, toda lucha entre contrarios, y se nos sumerge en una balsa de arena formada por los mejores coros de Mastodon y las mejores líneas de rock progresivo que se pueden encontrar en todo el disco.
Al interrogante que abrían con los anticipos del disco que hemos ido recogiendo en estos últimos meses sólo puede responder el conjunto formado por los once temas, que, en definitiva, da respuesta no sólo a cuál está siendo el camino de Mastodon, sino también al nivel de calidad que cabe esperar de este lanzamiento. De nuevo, como he anticipado, se trata de un álbum conceptual donde la muerte nos pisa los talones hasta el árido y sofocante —pero también calmo, inevitable y sosegado— final, en el que impone su voluntad y nos deja con un disco que, si bien quizá no está a la altura compositiva del complejo y experimental Crack the Skye, sí mantiene un empuje similar. Los de Atlanta firman, además, las mejores letras de lo que llevamos de año: una señal de madurez inquebrantable.
Tracklist:
Sultan’s Curse
Show Yourself
Precious Stones
Steambreather
Roots Remain
Word to the Wise
Ancient Kingdom
Clandestiny
Andromeda
Scorpion Breath
Jaguar God
Crítica de Sara J. Trigueros de Metal Symphony