“¡Lleva un pedo! Te lo digo yo, que le he visto muchas veces”, le cuenta una chica a otra, desconocedora de que hace años que el bilbaíno es abstemio y el tabaco es la única droga de la que no se pudo desenganchar. Seguro que el día anterior, el de la primera fecha anunciada en Madrid, había proporcionalmente más incondicionales, pero el público del domingo hace que cualquiera que le siga desde los tiempos de Platero se sienta especie en extinción; y vuelvo a tomarle prestado un título a Rulo porque el cántabro estuvo presente y Fito lo saludó desde el micro junto a un Dani que, por deducción, mucho me temo que era Dani Martín.
Crónica de Juan Destroyer de MariskalRock.com
En la era de la comunicación, en la que cualquiera con un mínimo atisbo de interés por la música tiene acceso prácticamente ilimitado a ella, parece mentira que Los Zigarros, año y medio después de haber sacado con una multinacional un disco producido por Carlos Raya, y tras haber hecho kilómetros en la carretera como para llegar a la luna (incluido todo el tour de Fito), aún sean desconocidos entre el público del Cabrales.
Por suerte, la banda de los hermanos Tormo tiene ya las tablas que a otras bandas les lleva un lustro conseguir, así que aunque en la primera mitad de su concierto, con canciones como “Voy hacia el mar” o “Como un puñal”, se toparon con la indiferencia del respetable, no se achantaron y finalmente salieron airosos del envite. “En este pedazo de estadio y con estos pedazo de amplificadores, necesitamos hacer esto”, dijo Ovidi antes de que el grupo tocara el comienzo de “Thunderstruck”; ese fue el punto de inflexión a partir del cual las cosas empezaron a irles mejor. La pena, como el mismo cantante se encargó de señalar, es que no sea suya, sino de unos AC/DC para los que, recordemos, los hermanos Tormo abrieron en su etapa en Los Perros del Boogie.
La rocanrolera “Voy a bailar encima de ti”, dedicada a Fito suponemos que sin dobles intenciones por mucho que le quieran, logra mantener la atención de la multitud, que con la nerviosa y alargada “Cayendo por el agujero” sigue poniéndose a tono e incluso responde a la petición de palmas por parte del cantante. Era el momento de presentar a los músicos de la banda sin miedo a que la ovación quedara desangelada, de hecho, cuando terminan “¿Qué harás, amor?”, los hay hasta que piden otra.
Aunque aparentemente con menos potencia de sonido que el acto principal, el grupo sí tiene vía libre para usar la plataforma anexa al escenario, que le acerca a la gente, y le sacan partido en el tramo final, que empieza con el fragoroso “Hablar, hablar, hablar…”. Pasado el solo de guitarra, bajan la intensidad e intentan que cantemos nosotros el estribillo, pero la “amusia” acusada de buena parte de la audiencia queda perfectamente reflejada. A ver si hacen caso al cantante, le dan uso a la tarjeta que se les entregó a la entrada del concierto y se bajan, en libre descarga, cuatro canciones del grupo.
La jam blusera en la que Ovidi y Álvaro reparten su labor solista se me antoja una temeridad ante un público como este, y tiene que acudir al rescate el irreprochable riff de “Dispárame”, 100% escuela de otros hermanos: los Young, mucho más bajitos pero infinitamente más grandes en cuanto a su repercusión. Alargan el tema lo indecible, repartiendo gracias a diestro y siniestro incluyendo a su manager Polaco, el mismo de Fito. También sale a escena un barbudo vestido de drag queen al que llaman Francesca y que lleva en una bandeja unos chupitos con los que brindan. Otra distracción sobre la versión de estudio fueron los versos de “It’s a Long Way to the Top” que le calzó Ovidi, por pocos reconocidos, puesto que, para muchos de los presentes, AC/DC es “Highway To Hell” en adelante. Pero ellos a lo suyo, y para cuando llega el culmen, con Ovidi de rodillas y Adrián aporreando los parches, saben que han aprobado con nota un examen complicado.
Durante el tiempo de espera se nos anima, con varios vídeos en bucle, a ir al concierto benéfico #PorUnMundoSinELA del 31 de enero. Otra proyección nos muestra por dónde ha de evacuar cada sector del público en caso de emergencia, y es que tras la tragedia del Madrid Arena, en algunos espacios privados el aforo se ha limitado de manera desproporcionada, pero el Palacio de los Deportes (ahora llamado Barclaycard Center) sí parece tener licencia para ser llenado hasta los topes.
A estas alturas, quien más y quien menos, estamos todos enterados del cadavérico vídeo con el que se inicia el espectáculo de Fito & Fitipaldis, más propio de una banda de metal. A nivel escénico, el comienzo es impactante, saliendo en las grandes pantallas los esqueletos de Fito y Raya tocando el riff de “Viene y va”, perfectamente sincronizados con los músicos, que están ejecutándolo a tiempo real. Desde el comienzo, Fito se pasea por la provocadora, y aunque no se mostró muy dicharachero que digamos, siempre tiene sus puntos, como cuando canta “como un famoso que nadie conoce, que todos pueden tener y nadie puede guardar” y añade un “¡Como Carlos Raya!” justo antes del solo de éste.
La animación de “Por la boca vive el pez”, con los músicos en la furgoneta, es también muy llamativa, y todo marcha como la seda, puesto que el sonido llega hasta nosotros cristalino cual agua recién emanada, especialmente los característicos trémolos de Raya. La gente se vuelve loca con los últimos versos, y no para de cantar durante la interpretación de su continuación natural: “Me equivocaría otra vez”, ahora sin vídeo a sus espaldas. Al terminarla, se dirige a nosotros: “¡Vamos a dejarnos la puta voz esta noche!”
Lo siguiente en sonar es “Lo que sobra de mí”, una de las canciones más celebradas de las de ‘Huyendo conmigo de mí’, aunque casi todas fueron bien recibidas, demostrando que la estrella del vizcaíno sigue sin apagarse por mucho que él mismo sea consciente ya de la necesidad de reinventarse. Y hablando de estrellas, las de “Como pollo sin cabeza”, donde Carlos se sale con el slide.
La tranquila “Entre la espada y la pared” nos mece como las imágenes de su videoclip en las pantallas, con Fito quemando asfalto rodeado del verde de su tierra. La subida final enciende al público.
Las tres portentosas cruces que presiden, en lo alto, la iluminación del proscenio, descienden en “Me acordé de ti”. Durante varias canciones se desplazarán en diversas direcciones alterando la fisonomía del escenario.
Fito sale con acústica para “Cerca de las vías”, que la hacen al estilo de la gira de teatros, más alegre y en clave country. En “Corazón oxidado” destaca la exhibición de Alzola con el saxo antes de que, con su final, llegue uno de los momentos más movidos del concierto. Raya acaricia su castigada Strato con un solo de wah-wah. Lo sucede uno bien largo de un humilde Fito que siempre asegura estar muy por debajo de Carlos, pero qué velocidad atesora en sus dedos, y apenas sin distorsión, que es a los guitarristas lo que la red a un trapecista, pues disimula las imprecisiones. Ahora es Griffin quien, sobre su propia base de bombo, se pone a redoblar feroz pero preciso antes de que regrese el resto a primera línea para deleitarse con una melodía “todos a una”.
“¡Para todo Vallekas y para el Pulga!”, exclama el cantante como preámbulo a un fogoso “Garabatos” en el que echo en falta un poco más de leña por parte de sus protagonistas, puesto que el bajo de Boli se come a las guitarras rítmicas. No obstante, encandila al público, al que le ceden unos versos del último estribillo con frenada en seco de la música.
Ovidi, guitarra en ristre, regresa a escena para repartirse con Fito las estrofas de la versión de Los Secretos “Quiero beber hasta perder el control”. Tan alto es el cantante de Los Zigarros que, arrodillado ante nuestro pequeño gran hombre, mide poco menos que éste.
En las giras de teatros el hierático Joserra Senperena cobra un protagonismo que pierde en el repertorio de los grandes recintos, así que es muy reseñable su intro de piano, con Fito haciendo fraseos de blues, para “Pájaros disecados”. Al término de “Nada de nada”, nos muestran el saludo que nos dedicó el público del día anterior en Madrid y nos filman el que verán en el próximo concierto.
La armónica de Manolo del Campo (Troublemakers Blues) se apodera del Palacio en “Lo que siempre quise hacer”, bromeando Cabrales: “La cagamos invitándole en el disco, ahora ya si no está él no podemos hacerla”. El blues tan puro a la gente le echa un poco para atrás, pero la multitud vuelve a estar bien arriba con el jubiloso “Tarde o temprano”, donde Fito se pegó buenos carrerones animándonos a cantar los prolongados “oh, oh, oh” de su ocaso; aunque ni mucho menos acabó ahí, puesto que se enzarzaron en una jam de apoteósico final.
Durante unos instantes hay un silencio incómodo, pero se les perdona porque llega “Soldadito marinero”, con un timón en las pantallas, bonitos colchones de Hammond, sensibilidad en el punteo de Fito y el acostumbrado pasaje en el que todo el recinto canta el estribillo para disfrute de los músicos, que dudo que hayan llegado a acostumbrarse a ese momento hasta el punto de dejar de emocionarles. Los presenta al acabarla y proclama victorioso: “Si os queda algo de voz, ¡rompéosla!” como preludio a “Antes de que cuente diez”. Mucha fuerza en las partes instrumentales y pasión tanto en el público cantando los últimos versos como en los solos de Raya, que es ahora quien se desata y nos muestra su lado más salvaje.
Se retiran de escena cuando llevan cerca de dos horas sobre él y el regreso es con el lento compás de aires soul de “Después del naufragio”, mala elección que provoca desfile de asistentes hacia las barras en busca de la última o hacia los servicios para miccionar las anteriores. Sí nos llega “Nos ocupamos del mar”, la versión de La Mandrágora al que Fito le quitó todas las partes cómicas para aislar las románticas, que conforman un himno de reconocimiento a la labor de las mujeres al llegar la vida en común.
Otra vez nos abandonan momentáneamente, y vuelve solo el jefe de Fitipaldis con su acústica para cantarnos una de Platero. Ya no es “Al cantar”, sino “Alucinante”, a la que también le ha aplicado variaciones tanto rítmicas como en la melodía de la voz. Huelga decir que parte de los presentes no saben de qué va la vaina, mientras que ahora aparecemos más que nunca los que vimos a Fito abrir para Robe en este mismo recinto, o mejor dicho en el que se quemó, hace tantos años que esta canción ni siquiera había visto la luz. No es de extrañar que, tras la primera estrofa, brote de nosotros un aplauso espontáneo.
Con “La casa por el tejado” te das cuenta de cuánta gente “normal” se siente diferente, digo rara. Griffin la termina con espectacularidad. Y como Fito ya nos ha pedido esto hace un rato antes, esta vez es cauto: “Si os queda un poquito de voz, ahora es el momento de joderla”, insta para “Acabo de llegar”, último tema de un concierto que termina con el éxtasis de esa exquisita melodía reiterada hasta la saciedad.
Echo mucho de menos en el setlist “Rojitas las orejas”, pero una vez más, llegué allí algo escéptico para acabar saliendo con fe renovada en Fito y sus Fitipaldis.
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