“Qué te den por culo, tú no entiendes nada”. Manué no le busques explicaciones que no las hay. Morales, no le eches los perros. Así es Robe y así son Extremoduro, su banda. Las pasiones eróticas llevadas al máximo, una discografía llena de veredas de la puerta de atrás y de orejas que tienen tantas entradas como salidas mientras suena el bri bri bli bli. Una discografía puesta al servicio del sexo. Solo faltaría un negro con su trompeta para convertirla en respetable y travestirla de Funk. Robe, Funk, “qué pena que nadie nos fusile al alba”, respondería ante tal chorrada.
Crítica de Natxo Sobrado de HiperSonica
Y aunque esa sensación negra viendo a Robe esté tan alejada como Frank Ocean está del verdadero groove ‘Mamá‘ empieza vacilando (y sigue en la base) con ese riff no tan alejado de los terrenos de las jams negras. El chichi asoma y entre constantes rupturas de ritmo Extremoduro sigue jugando al Ricky Martin que tan bien han logrado durante estos ya 26 años de carrera. La llave no hace contacto con el motor y este no arranca pero en el momento en que lo hace la subida está ahí bien dispuesta.
Con el tiempo Extremoduro se ha ido sentándose sobre el taburete para dar a las baladas mayor protagonismo con los tiempos lentos de entrada en los que Robe hasta canta, respira y no teme al primer plano mientras la banda le va siguiendo el paso con que ‘Locura transitoria‘ va abriendo este Para todos los públicos. Undécimo álbum de estudio con el omnipresente Iñaki “Uoho” Antón como productor. La voz de Robe es uno de los misterios de la música nacional, en directo agoniza y a medida que llegan nuevos álbumes él se va convirtiendo en un Benjamin Button socarrón y fumador.
Su Hard Rock de tralla y macarra no tiene miedo. “Soy capaz de cualquier cosa por volver a verte” canta Robe. Eso implica meter fogonazos de calma que podrían recordar a la Luz Casal de los 90 en la mencionada ‘Locura transitoria’. Otro grupo tiritaría ante algo así pero Extremoduro no. Si hasta pueden meter el guiño al Rock andaluz con Triana en ‘Poema sobrecogido‘. A lo Robe y compañía, claro y salvando tantas distancias como imaginemos. Del duende de unos a la cara de otros. No es la primera vez, La Ley Innata (2008, Warner) fue otro experimento más claro.
El intento de definir a Extremoduro se asimila a intelectualizar la llamada nueva comedia estadounidense de penes y tetas por parte de los de siempre. Suena una canción y alguien no para de decir “¿y luego?“ mientras Robe y su banda repiten en bucle las mismas estructuras que llevan haciendo casi tres décadas en ‘Mi Voluntad’. ¿Y lueeeego? Luego el amor/desamor que acaban construyendo casi todas sus canciones como ‘Mi voluntad‘ mientras las guitarras encuentran en la batería de José Ignacio Cantera el contrapunto contundente del álbum entre subidas de acordes y otras mínimas filigranas.
A Extremoduro hay que disfrutarlos sin más, hasta en los momentos en que pueden llegar a tocar mínimos como el ‘Pequeño rocanrol endémico‘, donde el ejercicio de estilo se carga sus contragolpes brutales y se preocupa más por la posesión que por el fin. La alegría que acaban transmitiendo no se puede explicar, o al menos en mi caso sigo sin necesidad de pararme a entenderla. Prefiero tararear “y a deshora sale un sol alumbrando una esquina y alegrándome el día”. Eso siguen siendo Extremoduro, un chute para alegrarse el día. 26 años después a base de un Rock sucio cada vez más dócil, que sigue mezclando cantos a favor de mineros con deseos carnales bajo las caderas en ‘El camino de las utopías’. El “puto revolucionario de los cojones” que canta canciones de amor y metesaca con guitarras fuertes.
Crítica de Natxo Sobrado de HiperSonica