Si había que poner un epitafio a las visitas de JUDAS PRIEST a nuestro país (al menos hasta que se demuestre lo contrario), lo que vivimos ayer en Vistalegre fue uno de los más dignos finales que se podrían escribir al respecto. Con un guión inicial perfectamente esbozado desde la lógica y la teoría, con unos actores secundarios que efectivamente secundaban de lujo al acto principal y en una versión mejorada de lo que ya nos ofrecieron hace 9 meses, JUDAS PRIEST dijeron adiós a Madrid de la mejor manera posible: demostrando que a día de hoy el trono sigue siendo suyo y que se marchan aún en una forma más que digna.
Crónica de David Esquitino de RafaBasa.com
Y en este caso me vais a permitir escribir un artículo basándome en los sentimientos y las sensaciones más que en la mera exposición de hechos a la manera habitual de una crónica al uso. Así, aunque es cierto que la asistencia estuvo bastante por debajo del llenazo total de las fechas previas (algo lógico por otro lado, y es que al final pasó factura la fecha, la cercanía con la visita anterior, el puente y el elevado precio de las entradas), y que U.D.O. y, en menor medida, BLIND GUARDIAN sufrieron el «sindrome del telonero» a nivel del sonido y luces con el que tuvieron que lidiar, lo cierto es que la sensación final fue de absoluta satisfacción de haberles podido decir «hasta siempre y gracias» a los dioses del metal. De hecho, se despidieron de Madrid con un conciertazo de padre y muy señor mío, si me permitís ser castizo en el (que era) día de San Isidro, patrón de la capital.
Además, me quedo con detalles puntuales que a su vez hicieron el concierto aún más grande y especial, ya digo que, lo primero, mejorando la versión anterior de julio de 2011, ofreciendo el mismo y espectacular escenario pero implementando la puesta en escena con la enorme pantalla trasera con proyecciones y las portadas de cada disco perteneciente a cada canción. El resto, repitiendo el esquema casi al milímetro con ese escenario metálico que reproduce aquellos hornos siderúrgicos en los que de alguna manera se gestó el embrión de lo que vimos nacer hace 40 años. Y todo ello adornado con unas luces y ambientación única, perfecta, a juego con la magia y el rollo de cada canción, ofreciendo reproducciones a escala y a modo audiovisual del infierno, cielo, mar, hielo, futuro… regalándonos profecías, leyendas, historias de mil y un personajes y sobre todo sueños, recuerdos y una realidad: que nadie en el heavy metal ha hecho las canciones, en cualquiera de sus épocas, que nos fueron regalando JUDAS PRIEST esta noche.
Mismo repertorio, misma excelente puesta en escena, mismos láseres unificando pasado y futuro, misma actitud entusiasta y de pleitesía hacia un país que para ellos siempre es especial, y de nuevo similar magia sobrevolando Vistalegre mientras cada pedazo de historia nos iba acariciando o golpeando, según el momento, nuestros corazoncitos metálicos esculpidos durante tantos años a base de canciones del grupo. Pero todo ello en una versión mejorada como decía, tocando durante dos horas y cuarto, con un Richard Faulkner ya totalmente acoplado a la banda y mostrándose como un PRIEST más, y a un Halford ofreciendo su mejor versión actual posible y demostrando que incluso en la última etapa de su carrera es el más grande (y sin necesitar llegar a los tonos de antaño para ello pero cumpliendo de sobra y, al menos para mí, cantando bastante mejor que las dos o tres últimas veces). Sigue siendo el más histriónico, dicho en el mejor sentido, y un verdadero caballero y señor del escenario, dominando el arte de actuar, dicho con toda la propiedad del mundo, mejor que ningún otro frontman. Y a esto le tenemos que añadir esa clase y la sonrisa perenne de niño grande de un Tipton disfrutando como en las mejores noches, incluso del hierático Ian Hill, clavado a su metro de escenario pero aportando el martillo pilón marca de la casa del sonido PRIEST, y la potencia de un Scott Travis por el que no sólo no pasan los años sino que cada vez se muestra más hercúleo, con la pegada aún poderosa y mejor esculpido cual espigada estatua griega con baquetas metálicas al final de sus larguísimos brazos… Y sí, se sigue echando de menos al pequeñito KK, no puedo decir otra cosa, aunque Faulkner sea el mejor «clon» joven que podían haber encontrado para sustituir lo insustituible (y lo hace/hizo de maravilla, una cosa no quita la otra).
Pero comencemos por el principio, como en cualquier historia que se precie, y la hora fijada para abrir la metálica fiesta eran las 18:30 (aunque se demoró unos 15 minutos) a cargo de un U.D.O. que, a falta de ACCEPT (no fui el único que lo pensé, ¿verdad?), era uno de los más dignos teloneros que nos podíamos echar a la cara esta noche. Y es que U.D.O. nunca falla y esta noche tampoco lo hizo, incluso saltándose todas las trabas del peor sonido de la noche con diferencia y unas raquíticas e incluso insultantes luces amarillas que más que alumbrar apagaban el fuego de una banda tan rotunda como son los germanos a día de hoy. Era obvio que en 45 minutos y con la gente aún entrando en el coloso no iban a ser los triunfadores de la noche, pero a su vez estaba claro que el oficio, buen hacer y grandes temas clásicos estaban asegurados, y por supuesto que no fallaron: Un par de cortes nuevos, alguna mínima pincelada de sus primeros discos (tocando muy pronto ese maravilloso «Animal house» que se mete en la cabeza como el virus más agradablemente infeccioso), un par de himnos épicos, rítmicos y rotundos de su discografía más actual (fantástico «Vendetta», por cierto), y ronda de himnos de ACCEPT que, a falta de pan, buenas son tortas, como decía antes… Aunque sigo defendiendo que U.D.O. debería estar ya por encima de esto, como sí hicieron en su fantástica última gira, aunque esta noche sucumbieron a la tentación del aplauso fácil ante canciones tan incontestables como son «Princess of the dawn», «Metal heart», «Balls to the walls» o «Fast as a shark». Bien pero sinceramente esperaba un set list más valiente y menos tópico, por muy fan de ACCEPT que sea yo el primero. Y al menos un telón de fondo y algo de luces (del sonido ni comento) hubieran sido de recibo para presentar a una de nuestras leyendas más rotundas, por mucho que la noche fuera 100% de otros veteranos protagonistas.
Tras U.D.O., los viejos roqueros entre el público daban un paso atrás y las nuevas generaciones dos al frente (curioso el detalle, más literal que recurso literario en este caso, por cierto) para ver a unos BLIND GUARDIAN queridísimos en nuestro país pero que, visto lo visto, ni eligieron el set correcto ni estaban en el mejor momento en el lugar adecuado. Y sí, contaron con algo de mejor sonido que U.D.O. (tampoco demasiado, que ya digo que en este caso JUDAS PRIEST, en una decisión más o menos justificada, tiraron de galones al 100%), un par de luces más, y algo más de tiempo de actuación, aunque ya digo que en este caso no dieron con la tecla adecuada. Eso sí, las nuevas generaciones encantados con los bardos desde el principio, que presentaban en sociedad (al menos en España) a nuevo teclista y bajista, y que también nos mostraban a un Hansi más delgado de lo habitual e incluso más activo en su papel de frontman (en su línea al respecto de todas formas, tampoco nos vayamos a creer, aunque derrochando la simpatía y la sencillez habitual, eso sí).
Dividieron el show en dos partes y creo que se equivocaron, dejando la primera dedicada a temas más actuales (aunque se colara por ahí la brutal «Welcome to dying»), y ya tirando de clásicos obvios en la segunda, pero ya con el público veterano congelado y cansado de esperar canciones más conocidas y reputadas que «Sacred worlds», «Turn the page» o «Nightfall» (que me sigue pareciendo un grandísimo tostón de todas, todas). De hecho, fue espectacular el giro y el entusiasmo de la recepción a partir de «Lost in a twilight hall», felizmente recuperada, y los enteros que subió el concierto a base de las tópicas pero incontestables «Valhalla,» Imaginations from the other side» e incluso «A voice in the dark», el tema más BG, si entendéis lo que quiero decir, de los últimos 15 años de la banda. Ya con el público mucho más caliente y metido en el show, fue precioso una vez más el momento acústico de «The bard´s song» con toda la plaza cantando, y el final esperado con ese «Mirror, mirror» que, aunque típica hasta la saciedad (y es que llevan cerrando con ella desde que salió aquel álbum) sigue sin cansar. Pero vamos, aunque gustaron y siempre son solventes en directo, ya digo que no fue ni de lejos la mejor actuación de los alemanes en nuestro país en los últimos años ni se creó la magia que se suele generar aquí en sus conciertos propios. Y es que enfocaron mal el show y reaccionaron tarde, pero bueno, aún así siempre es un placer ver a una banda como BLIND GUARDIAN en tesituras como éstas.
Pero la noche era de los más veteranos, los más sabios, los más experimentados y los más heavies, que en este caso no está de más el comentario recordando tal vez una obviedad pero a la vez una realidad: que el heavy metal es JUDAS PRIEST. Y como tal, desde que cayó el enorme telón de «Epitaph» a ritmo de «Rapid fire» y «Metal gods» (con un sonido todavía horrendo que afortunadamente se tornó casi de inmediato en sobresaliente), tuvimos eso, un show perfecto, mágico y nostálgico de puro y duro heavy metal. Además, con todo lo que la acepción conlleva: rapidez, melodía, caña, ambientación, feeling, ritmo, histrionismo, fiesta, rock… y todo ello unido con esa comunión entre banda y público que sólo surge en las noches especiales, en los conciertos más grandes, en las ocasiones en las que Odín, Thor, Dio y demás dioses del metal se unen en perfecta sintonía metálica para dibujar la noche perfecta.
Me encantó la ambientación y la teatralidad de las canciones que requieren algo así como en las insuperables «Beyond the realms of death», «Victim of changes», «Blood red skies», «Never satisfied»…, la preciosidad sonora y el preciosismo visual, valga de sobra la redundancia, de «Diamonds and rust» (sublime la ambientación acústica primero con el humo y los tonos azules, y luego el cambio al rojo y el fuego en la parte más movida), o «Blood red skies»; la caña insuperable de «Night crawler» (uno de los momentos álgidos del show sin duda y con Halford cumpliendo de sobra) o la propia «Painkiller» (solventada también de manera más que notable) e incluso un «The Sentinel» obviamente a menos revoluciones que el original pero mucho, muchísimo mejor interpretada que la vez anterior. Y sin olvidarnos de la parte más festiva, roquera y divertida con ese «Heading out to the highway», «Turbo lover» (otro de los momentos inolvidables e insuperables de la noche, con toda la sala moviéndose y cantando), «Hell bent for leather» (imprescindible momento moto sobre el escenario, ¡por supuesto!) , «The green manalishi», con todo el escenario impresionantemente decorado con luces verdes, y demás. ¡Ah!, y un grandísimo aplauso más para Rob Halford aludiendo a la complicadísima situación social a la que estamos llegando en España en los últimos meses y dedicando «Breaking the law» (que nos dejó cantar entera mientras él descansaba la voz para afrontar «Painkiller», pero sin marcharse ni un segundo del escenario en este caso) mostrando su apoyo a todas las revueltas sociales que inevitablemente se están produciendo en nuestro país. Es más, comentó muy serio que cuando la hicieron en 1980 las cosas en Gran Bretaña estaban muy jodidas y que ahora en España era un buen momento para recordar las razones que les llevaron a escribir entonces la canción. Un caballero inteligente y comprometido hasta para saber dónde y cuándo está en cada momento, ¡chapeu!
Ambientación perfecta, el público embelesado disfrutando cada minuto de historia, sonido y luces como en las mejores noches de cualquier vídeo legendario de antaño y ese repaso sublime a los 40 años de historia de la banda (obviando los años de Ripper Owens, eso sí, supongo que de manera lógica), incluyendo incluso «The prophecy» de «Nostradamus» que, había que repasar todos los discos y dejar a Halford que se pusiera su capa plateada con capucha y que cogiera el báculo/tridente metálico (vale, pero comparada con joyas de la talla de «The ripper», «Touch of evil», «Sinner», «Ram it down»… y eso que no quedo mal y a la gente le gustó, las cosas como son).
Y no me olvido de hacer referencia al fondo de armario de Halford, cambiándose de chupa/chaleco/camisa/abrigo en casi cada canción, a cada cual más llamativo/vistoso/espectacular (aunque personalmente, será por la edad, me gustaron ya más los chalecos vaqueros que los rimbombantes tres-cuartos metálicos… además de la chupa del «Painkiller», ésa sí). Y no me olvido tampoco del fin de fiesta con la banda realmente emocionada sobre el escenario, que éstas cosas se notan cuando son de verdad o pantomima, durante «You´ve got another thing coming» y «Living after midnight», en la que Vistalegre botaba con lágrimas de emoción en los ojos al ritmo del himno inmortal que ponía punto y final a una noche de ensueño que, incluso si de verdad fuera la última, habría merecido la pena haberla vivido así. De hecho, la despedida de la banda fue más larga e intensa de lo habitual, mientras la lluvia de aplausos y elogios era unánime, y ellos se deshacían con la mejor mueca de satisfacción y agradecimiento que tras más de dos horas de concierto un cuerpo humano puede mostrar.
De hecho, el propio Tipton acabó en el foso abrazando a los fans de las primeras filas e Ian Hill nos regaló una de las sonrisas más grandes y expresivas que le recuerdo en las más de las 12 veces que ya les he visto.
Gracias por todos estos años y, en este caso, por un concierto tan especial y emotivo en una noche mágica que, por unas razones u otras, no me terminaba de esperar (justo lo contrario de la vez anterior) y que disfruté como nunca. Los más grandes y la razón de que el heavy metal haya existido, exista y existirá… ¡hasta siempre!
Crónica de David Esquitino de RafaBasa.com