Los primeros compases del vals No. 2 de la Suite de Jazz No. 2 de Dimitri Shostakovich, que sonaron como preludio a la entrada en escena de Los Santos Inocentes, ya auguraban el enérgico concierto que se nos avecinaba. Suite de Jazz que apenas se corresponde con la idea que comúnmente tenemos del Jazz, por cierto.

Crónica de Joaquín Mosquera Jorquera de MariskalRock.com

El recital comenzó con rigurosa puntualidad, algo bastante inusual y que es de agradecer. Bunbury “aterrizaba” en el escenario transportado por un resplandeciente platillo volante procedente de alguno de los cien mil millones de planetas existentes en nuestra galaxia. Lo hacía ataviado con gafas de sol, pantalones de campana ajustados, chaqueta de cuero y su habitual histrionismo, como un extraterrestre mesiánico recién llegado a la tierra, al tiempo que resonaban los primeros acordes de “Despierta”, el tema que abre su último disco de estudio: ‘Palosanto’.

Le siguieron “El club de los Imposibles” y “Los inmortales”, y para entonces ya se había metido a todo el público del ahora llamado Barclaycard Center en el bolsillo. La buena selección de temas permitió que no hubiese altibajos en ningún momento, dotando así a la interpretación de un mayor dinamismo para evitar el desinterés entre el personal asistente.

 

Mención aparte merece el sonido, que a lo largo de toda la noche se percibió con mucha nitidez. Más allá de la excelente labor de los técnicos, la profesionalidad de los músicos quedó de manifiesto, desempeñando cada uno perfectamente su rol sin intentar sobresalir sobre el resto del grupo con alardes innecesarios y compenetrándose como una máquina perfectamente engrasada para generar así un sonido compacto y sin fisuras. Por poner algún pero, quizá faltó algo más de presencia en las guitarras en los primeros minutos.

 

Mención especial también para la iluminación y todo el despliegue audiovisual, que te adentraba aún más en la experiencia.

 

“El extranjero”, “Deshacer el mundo”, “Que tengas suertecita”, “De todo el mundo”… Las canciones se iban desgranando como letanías con un público ya absolutamente entregado y un Enrique Bunbury en estado de trance interpretando como si la cosa no fuese con él.

 

Llegaron los bises y la función no decaía un ápice. “Bujías para el dolor”, “Infinito” y finalmente “El viento a favor”, ponían el punto y final a este intenso show de algo más de dos horas de duración y a una extensa, agotadora y accidentada gira 2014.

 

La noche fue un recorrido por la historia musical del artista. No fue ‘Palosanto’ la columna vertebral del concierto, pero las canciones de este nuevo trabajo se integran perfectamente en su repertorio.

Quizás la grandeza de Bunbury, entre otras cosas, radica en su versatilidad a la hora de componer, su capacidad de abordar de forma natural géneros musicales tan dispares como el rock, las rancheras o la música electrónica y conseguir que cada disco suene diferente al anterior sin parecer artificial o metido con calzador, algo de lo que no todos los artistas pueden presumir.

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